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Los levantadores

Les contamos, en un número anterior de este boletín, cómo las campesinas ganaban unos centavos vendiendo los encajes que hacían en su propio piso durante el tiempo que tenían que trabajar en el campo o en la casa.

Estos cordones se vendían a los Grandes, desde Francia pero también en Italia, España e incluso en América del Sur. Las encajeras estaban dispersas en los pueblos, a menudo lejos de los centros de encaje, siendo el principal de nuestra región Le Puy-en-Velay.

Desde finales del siglo XVI, los comerciantes tenían intermediarios entre ellos y las encajeras. Eran los LEVEUSES.

Una vez a la semana o cada quince días o incluso a veces una vez al mes, hacían sus rondas. Visitaron a las encajeras de varios pueblos, con una canasta tallada en el brazo. Distribuyeron el trabajo según las habilidades de cada uno, dejaron casillas e hilos, dieron consejos y críticas. Algunos fueron criticados fácilmente, lo que dio una buena razón para pagar menos por el encaje.

Luego llevaron el encaje comprado a los comerciantes de Puy, Langeac, Craponne o Monastier. Los comerciantes eran, en principio, los propietarios de los modelos.

La leveuse recibía una comisión por el encaje levantado. Algunos abusaron de su poder, rechazando un encaje o tomando una comisión demasiado grande, discutiendo la calidad o la blancura.

A principios del siglo XVIII, el obispo de Saint-Flour estableció un reglamento que imponía a los levantadores que se contentaran con dos centavos por pieza de encaje (es decir, 12 codos), más dos centavos para llevarlo a Le Puy y no diez bajo como solían pagar en efectivo y no en alimentos como solían hacer.

El paso del leveuse causó un revuelo en el pueblo, pero a veces fue una fuente de celos y conflicto entre las encajeras.